Migrar, Reaprender y Renacer: La Historia de Un Cambio que Lo Transformó Todo

Nunca pensé que algún día podría resumir mi vida en unas cuantas maletas. Pero ahí estaba: doblando ropa que llevaba años conmigo, guardando álbumes que narraban historias completas, envolviendo adornos navideños y protegiendo recuerdos que pesaban más emocional que físicamente.

Mudarse an Arabia Saudita no fue solo cambiar de país. Fue desarmar todo lo que daba por sentado: mi rutina, mi identidad profesional, mis certezas, y empezar a reconstruirme desde una versión mucho más vulnerable.

La vida laboral que dejé atrás

En Costa Rica mi mundo tenía sentido. Era comunicadora y project manager, y sabía exactamente cómo mover los hilos a mi alrededor. Tenía claro quién era y qué podía aportar. El periodismo me formó; la gestión de proyectos me consolidó. Era líder, tenía equipo a cargo, era respetada, escuchada y admirada.

Era muy buena en lo que hacía y eso se sentía como suelo firme bajo mis pies. Mi identidad profesional era sólida, cómoda… casi inmóvil. Nunca cuestioné si había algo más, nunca pensé en reinventarme porque, profesionalmente, todo encajaba bien… Hasta que la vida me lo exigió.

Cuando lo conocido deja de servir

Arabia Saudita me recibió con su propio ritmo, códigos, silencios y sorpresas. Y de pronto, todos mis títulos, mi experiencia y mis “yo sé hacer eso” dejaron de funcionar como antes.

Es extraño empezar de cero siendo adulta.
Es incómodo.
Es profundamente desafiante.
Pero también es revelador.

En un país donde todo era nuevo, desde las costumbres hasta la forma en que la gente trabaja, tuve que aprender, desaprender y volver a aprender. Y una de las partes más difíciles fue aceptar que mi carrera, tal como la conocía, no tenía un camino directo aquí.

Tuve que enfrentarme a creencias que tenía tatuadas, que debía seguir una línea profesional “lógica”; que cambiar de rol era retroceder; que mis habilidades solo valían en el campo donde me formé. Y aunque nada de eso era completamente cierto, durante más días de los que hubiese querido… así lo sentí.

Riyadh, Saudi Arabia.

Salir de la zona de confort sin mapa

Mientras estaba en ese remolino de emociones, apareció un escenario que nunca estuvo en mis planes: la escuela. Arabia me llevó por un camino que nunca estuvo en mis planes: trabajar rodeada de niños.

Yo, que venía de un mundo corporativo, reuniones, deadlines y estrategias… de pronto estaba sumergida en desorden, creatividad pura y un caos que no respondía a ningún manual.

Fue una sacudida emocional. Una confrontación directa entre la profesional que había sido y la mujer que estaba empezando a ser.

Los primeros meses fueron, siendo honesta, espantosos. No entendía la dinámica, no entendía a los niños, no entendía mi rol. Me sentía perdida, fuera de lugar, como si alguien me hubiera sacado de mi hábitat sin previo aviso.

Tuve que romper mis propias fronteras, desmontar el cuadro rígido en el que vivía y aprender a flexibilizarme. A sensibilizarme. A ver a mis estudiantes con ojos de amor, cuando nunca antes había estado rodeada de niños. Me sentía en territorio desconocido, casi como si ellos hablaran un idioma diferente.

En ese momento, todo era demasiado.
Y por dentro, yo era un desastre: pensando en lo que “debería” estar haciendo a esa altura de mi vida, cuestionando si mudarme había sido una buena decisión profesional y aferrándome a la idea de la vida que dejé atrás.

Y en medio de ese remolino interno, llegó la maternidad.
Y con ella, el cambio más profundo de todos.

Mi hija reordenó mi mundo, mis prioridades y mi forma de ver el presente y el futuro. Y, curiosamente, fue ella quien me enseñó a ver la escuela desde otro lugar.

Convertirme en mamá me ablandó las aristas, me abrió los ojos, me dio una sensibilidad nueva. Lo que antes me desesperaba de la escuela empezó a tener sentido. Lo que antes veía como caos, empezó a parecerme vida. Lo que antes me incomodaba, empezó a conectarme.

Diciembre, 2024. Primera Navidad como mamá.

Ser madre en un país lejano, sin mi tribu familiar y en un entorno cultural tan distinto, fue un desafío emocional inmenso… pero también fue el motor que me impulsó a aceptar nuevas oportunidades y a soltar expectativas rígidas sobre mí misma y mi carrera.

La maternidad me enseñó a mirar a los niños con el mismo amor con el que miraba a mi hija. Y ahí, finalmente, fue cuando encontré mi lugar.

Cinco años después: lo que realmente significa reinventarse

Hoy, mirando hacia atrás, veo el proceso más claramente.

Reinventarse no es fracasar.
Reinventarse no es perderse.
Reinventarse no es renunciar a lo que fuiste.

Reinventarse es reconocer que sos mucho más que un título, un rol o un plan original. Es permitirte cambiar. Es abrazar nuevas versiones.

Me tomó casi cinco años derribar mis propias ideas preconcebidas. Pero cuando finalmente lo logré, sentí algo hermoso: libertad.

Descubrí que tengo muchas aristas, que puedo construir carreras distintas, que puedo mezclar mis talentos en formas inesperadas. Y que mudarme a Arabia no solo transformó mi vida, sino también mi forma de entender quién puedo ser.

Y aunque hoy trabajo en una escuela, también sé que no soy solo eso. No soy solo un rol, ni un título, ni una función. Y eso, esa posibilidad de ser muchas cosas a la vez, es lo verdaderamente revelador.

Hoy me siento abierta. Abierta a cambiar de rumbo, a seguir explorando, a surfear las olas que me dé la vida y a reinventarme cuantas veces sea necesario. Este proceso me ha enseñado que no tengo que encajar en un solo molde.

Me enseñó que puedo seguir evolucionando.
Que puedo volver a empezar.
Que siempre puedo volver a ser nueva.

Si estás pensando en reinventarte…

Mudarse, cambiar de carrera, empezar desde cero… todo eso suena aterrador. Y sí, lo es.

Pero también es profundamente transformador. Si estás en ese proceso, o si estás pensando en dar el salto, solo quiero decirte que vale la pena. Porque cuando te permitís reinventarte, entendés que siempre fuiste más grande, más capaz y más compleja de lo que creías.

 

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